jueves, 23 de octubre de 2008

Un Power asesino (niños no lean!!)

En un momento, desde la Mass Comunication Research, se hablaba de la teoría de la "aguja hipodérmica" en refenrecia a la influencia de los medios sobre el público receptor.


La metáfora de la aguja hacía referencia a la influencia directa de los medios de comunicación en las personas, al mejor estilo: "los chicos que ven dibujitos violentos, se vuelven violentos" (que aún hoy circulan en las bocas de los opinólogos).

Estos fueron de los primeros estudios en Comunicación, a los que les siguieron otras corrientes que se les opusieron o, al menos, empezaron a tomar en cuenta el lado del receptor y dejar de tratarlo como un "tonto cultural".

En fin, quien les escribe, venía muy satisfecha por la vida con las teorías comunicacionales hasta que se topó con esta noticia del día de hoy:

"Skylar Delon, el actor que encarnó al Power Ranger rojo, fue condenado a prisión por triple asesinato y podría ser sentenciado a muerte. En 2003, mató a un hombre a sangre fría y, un año después, ahogó un matrimonio de ancianos atándolos a un ancla de un barco robado".

Se ve que el tipo se tomó en serio lo de la violencia.


Lo que me preocupa es la ola de niños asesinos que se nos va a venir. Menos mal que Blumberg y Scioli piden bajar la edad de imputabilidad!!

lunes, 20 de octubre de 2008

Las Fuerzas Armadas versus Batman

Eran las 21hs pasadas. Estaba sola en el M1n1st3r1o d D3f. Faltaba poco para terminar la jornada laboral y empezar el fin de semana.
De repente, un ruido metálico en la oficina de mi jefe. La luz estaba apagada, pero por la ventana aparecían unos rayos que me permitían ver en la penumbra.
La cosa horrenda daba vueltas sin parar en el techo, volaba rápido en círculos. El ruido metálico fue el bicharraco al pegarle a la lámpara del techo.
La oficina de mi jefe linda con la mía. La puerta abierta y con el bicho enloquecido me hicieron entrar en pánico. Necesitaba alcanzar la manija de la puerta para cerrarla, pero el bicho daba vueltas tan rápido que no me dejaba entrar a la habitación y agarrar el picaporte. En un acto de lucidez y valentía, se me ocurrió empezar a cerrar la puerta desde el marco, empujando de a poco desde la junta y rogar que funcionara. La puerta comenzó a moverse al tiempo que yo tenía en mis manos mi bolso por si el bicho escapaba y, en picada mortal, caía sobre mí.
¿Qué hago ahora? A esta hora ya no queda nadie en el M1n1ster1o (sobre todo siendo viernes!). Llamo a "Administración", allí pueden darme alguna solución.
Como lo sospeché, del otro lado de la línea alguien me contaba, jocosamente (seguro notó el tono nervioso de mi voz) que ya no había nadie en el edificio para ayudarme, "y yo tampoco voy a ir, a mí también me dan miedo esos bichos", concluyó.
Frente a semejante sentencia, inquirí: ¿y no me podés mandar a un soldado aunque sea?!. Después de todo, estamos en la sede del Est May Conj y del 3j3rc1to!!. Hombre valientes por favor!!!
A los minutos golpean a la puerta: dos soldados. El que trae una pala, pregunta: ¿Aquí es donde hay inconvenientes?. La mueca de mi rostro le contestó.
Excelente. La primera vez que el verde oliva me alivia y me hace sonreir.
Amablemente invito a los soldados amigos a pasar y les cuento de mi acto heróico al haber encerrado al bicho (para que vean que no soy sólo... lo que soy).
Como suele dictar la Ley de López Murphy, los muchachos entraron y el bicho no estaba. Para mi sorpresa, las ventanas que creí abiertas, estaban cerradas (ergo, nada me asegura que no vuelva a entrar otro día!!).
Al prender la luz, los mirciélagos suelen esconderse. Los golpes de pala y puños en los muebles intentaron que saliera, pero nada.
Momento de lucidez N°2: soldado sube al escritorio para tratar de ver si estaba arriba del aire acondicionado. Efectivamente, sus instintos no equivocaron y dieron en el blanco. Agazapado estaba el bicho que "no es chiquito, eh?", comenta el de verde.
Momento de lucidez N°3: quien escribe, saluda a los soldados y cierra la puerta. Ahí se los dejo muchachos!.
15 o 20 minutos de batalla campal con golpes de pala, corrida de muebles, carcajadas y puteadas de los soldados que, después de todo, dejaron de hacer guardia para matar a Batman.
La puerta se abre y la oficina está desordenada. No hay cadáver. Pero los soldados prometen que han cumplido con su deber, que el bicho se fue y no va a volver. No creen que en el estado de voladura que lo dejaron le permita volver a embocarle al huequito del tapa rollos.
Cansados después del combate, piden que los llame si vuelvo a tener un inconveniente. Miro la hora en el reloj: 21.45. Quince minutos para terminar el día y la semana. Los miro, les agradezco enormemente y sentencio: si vuelve a entrar, nos hacemos todos los boludos.
Por supuesto, la puerta aún está cerrada.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Desahogo

Recién ahora que tengo 26 me doy cuenta de que la vida es finita, incluso corta.


Pienso en mi hermano M cuando de chiquito le decía “¿y qué vas a hacer?, ashí es la vida” y ella lo repetía porque le causaba gracia. Siempre se acordaba de eso. Y pienso que la frase no tiene sentido ahora que ella no está para recordarla. Son esas cosas que funcionan entre algunas personas, y esta frase se va con ella.


Con su educación tana, cada vez que venía a casa me mandaba a mí, la única nena de cuatro hermanos, a hacer las cosas del hogar. Y yo me revelaba siempre, y me peleaba con mis hermanos porque les exigía a ellos que se movieran, que “¡¿por qué yo?!”. Entonces ella repetía: “y pensar que yo siempre digo que mis nietos no se pelean nunca”. Y era cierto, no nos peleamos, o al menos no nos llegamos a lastimar.


Me pregunto por qué recién ahora al recordarla pienso que la vida es tan corta. Casi que llego a la conclusión de que esta, por primera vez, fue una pérdida que sentí demasiado. Una parte importante de mi vida se fue. Literalemente fue una parte de mi vida. Crecí arriba de su casa. Me acuerdo que al volver del colegio, me ponía los patines que ella y mi abuelo me regalaron para Navidad y me iba a andar por el patio. Una vuelta y a la cocina a buscar un pochoclo con miel del plato que ella me había preparado. Otra vuelta y otro pochoclo. Otra vuelta y volver y balancearme con las manos desde un extremo de la mesa deslizando los pies por abajo. “Cuidado que te podés lastimar”, y así se me salió un día un diente que tenía flojo.


No sé por qué la imagen de los pochoclos con miel y los patines son lo primero que se me ocurre al pensar en ella. Hay tantas cosas, y sin embargo uno no sospecha los momentos que quedan grabados. Ahí, con mis patines y los pochoclos, con mis abuelos, en el patio supongo que fui feliz.


Con mis abuelos me fui de viaje por primera vez. Tenía 3 años y mi abuelo me compró un chocolate así de grande en el tren que nos llevaba a Pigüé. Mis papás se escondían tras los árboles de la estación para que no los viera y me quisiera bajar llorando. Pero yo los encontraba y los saludaba igual contenta. Nunca tuve miedo de viajar con mi abuela. Algunos veranos me he quedado sola con ella de vacaciones en Claromecó, lugar que amaba.


Hoy hablaba con S, porque mi vieja quiere vender el piano que está en la casa de mi abuela. Y comentábamos que es una lástima, pero que de todas formas mi mamá no lo toca más, ni tenemos en dónde ponerlo una vez que se venda la casa. E inmediatamente pensé en ese momento, y no lo puedo imaginar. No puedo despegarme de esa casa, no la podemos vender. Y desde que no está, no volví a ir. Tampoco puedo hacer eso. Ni siquiera fingiendo que se fue de viaje, porque sé que si cruzo el zaguán y la baldosa se mueve y hace ruido, pienso que ella me va a estar escuchando sabiendo que alguien llega y me va a decir: “qué hacés acá tita?”, y yo: “¿cómo qué hago?, te vine a visitar”. Y ella contenta. Y unos mates y la tele, a veces unas cartas, y otras: “mirá lo que escribió tu nieta”, y le entrego un cuento o un artículo. La última vez, fue mi primera publicación y, después de habérsela mostrado a mi familia, se la llevé a ella, que fue la única que no sólo me felicitó, sino que apenas la vió empezó a leerla.

Se fue mi fan. Ella leía todo, y yo le escribía, como ahora.


Cuando volvimos del velatorio mi mamá empezó a ver las cosas que mi abuela tenía en su cartera, y vino a mi habitación con un papel que encontró. Me dijo que tal vez yo quería guardarlo. Era un papel que decía “Este es un cuento que escribí y que me hizo acordar a vos. Espero que te guste. Te quiero mucho. Tu nieta Dani”.


Pensé mucho en escribir sobre ella. Al principio no pude, ni quise. Después pensé que no tendría que publicarlo, que son cosas mías.



En fin. Ya son las 00:34 y volví a acordarme de ella, después de dos semanas. Y todavía no la dejo ir sin que me duela. Me acuerdo y no quiero que se pierda. Lo publico porque sí, porque siempre escribo para alguien, esté o no esté.


Orgullosa de llamarme Soledad de segundo nombre "porque fue la época en la que nos robaron a las pobres Malvinas". Es la mejor acepción del término, la que me convence y me hace olvidar su sentido literal. Ojalá mis viejos hubieran pensado en eso al nombrarme en 1982.


Ya no van a estar los helados en la cama, ni los tecitos con limón mirando tele antes de dormir. Hace tiempo que ya no están, pero me los acuerdo y me los llevo, con su sabor y todo.


Espero sinceramente que el sufrimiento haya pasado. El consuelo tiene que estar en algún lado.

martes, 14 de octubre de 2008

Polos opuestos (muy)

Mis amigos A y L decidieron tener una hija. Decidieron también tenerla en su casa. Nada de clínicas, ni agujas, ni manoseos, ni separaciones, ni intervenciones... un parto respetado y en el hogar, sin olores raros y en brazos de mamá por mucho tiempo apenas nace el bebé.
Lo decidieron pese a los riesgos que implicaba. Convencidos siguieron adelante.
Suyay nació en esa filosofía tan coeherente con sus padres, y L y A se las bancaron más que bien. Horas de parto y un nacimiento que se produjo casi 10 días después de la fecha estimada. Pasamos todos por los nervios y la ansiedad, y Suyay (en quechua, "esperanza") llegó hermosa a su casa.

Hace poco, esta noticia:
"Moria Casán debutó como abuela. El viernes, a las 22.33 en la Clínica Suizo Argentina nació Helena, la primera hija de Sofía Gala Castiglione y Diego Tuñón, tecladista de Babasónicos. El parto fue por cesárea programada y la beba pesó 3,400 kilos. A Moria, flamante abuela, le avisaron en medio de la función de Una familia poco normal y enseguida le contó al público que su hija Sofía estaba en la sala de partos. La gente la aplaudió y se emocionó. Al terminar la función, Moria corrió a la Clínica a abrazar a su hija y conocer a su nieta. "Tiene los ojos achinados, es muy linda, con pelito negro", contó entusiasmada. También dijo que ella la va a llamar Tue (significa Tierra en mapuche), con la aprobación de Sofía. Después se fue a festejar junto a su pareja Tati y sus amigos. La cesárea fue programada porque el papá, Diego, está a punto de viajar con su grupo a la ceremonia de entrega de los premios MTV latinos, a Guadalajara, México".